Todo verdadero conocimiento radica en la mente y no en la inteligencia. La mente es aquello que distingue al hermetista del profano, el cual, como ya lo hemos dicho en el capítulo anterior, es un “inválido de la mente” (por carecer de ella).
El hermetista, por el contrario, tiene una mente que él mismo ha formado y desarrollado, la cual le permite alcanzar estados de conciencia superior, en los cuales tiene acceso a la verdad absoluta.
Físicamente, mente es una esfera magnética que se establece entre dos polos: el cerebro (polo negativo en el hombre) y el sexo (polo positivo del hombre). (En la mujer: polo positivo el cerebro y negativo el sexo.) Esta esfera se forma exclusivamente mediante el trabajo en sí mismo del estudiante hermetista, y es el resultado de un largo esfuerzo. Desde un punto de vista espiritual superior, la mente es la piedra filosofal mediante la cual el iniciado logra una continua transformación de metales viles (ignorancia, mentira), en oro (conocimiento, verdad), y la inmortalización de su propia individualidad.
La mente es el estómago de la inteligencia. Al carecer de ella el sapiens no llega jamás a efectuar la digestión de la información que posee, y se constituye en una “inteligencia empachada”. Glotón del conocimiento, devora y devora información respecto a muchas cosas, la cual se integra al archivo cerebral, sin llegar nunca a ceder la “quinta esencia” de su secreto. Esta inmensa masa de información que posee un sujeto medianamente culto, es precisamente la que le da la falsa sensación de “conocer muchas cosas”, y se siente con la autoridad moral para emitir toda clase de opiniones, permaneciendo ignorante de su verdadera condición de “invalidez mental” (la cual, al final, es una invalidez de la inteligencia).
Mientras más fama o prestigio tenga el autor de los libros o lecciones que el sujeto ha estudiado, mayor será su ceguera intelectual. Si posee un título profesional, fruto de largo estudio en las aulas universitarias, lo más seguro es que su inteligencia haya sido total e irremediablemente dañada al estratificarse (o tal vez petrificarse) en niveles muy bajos de asimilación de la enseñanza, debido al insignificante estado de vigilia del estudiante, quien se limita a memorizar y a efectuar malabares de infinitas combinaciones con los datos que posee, acrobacias que le dan una extraordinaria agilidad intelectual y la seguridad absoluta de ser “muy inteligente” y extraordinariamente capaz en lo profesional.
Sin embargo, todo aquel tráfago de conocimientos falla lamentablemente en las situaciones prácticas de la vida real, salvo en lo que se refiere a la aplicación de conceptos matemáticos. Es así, como a pesar de todo lo que el sapiens sabe, no se aprecia un progreso en su naturaleza interna a lo largo de la historia, ni tampoco existen indicios reales de que dicha evolución se aproxime.
El hombre se ha convertido en el “portador” de innumerables conceptos cada día más numerosos y complejos, pero el sujeto mismo, como tal, no cambia en absoluto. Es allí donde se aprecia la absoluta indefensión del sapiens: en la incapacidad absoluta de aplicar la información de la cual es “portador”, a su propia transformación y evolución. Esta imposibilidad es tan grande, que el conocimiento que posee no le sirve para mirarse a sí mismo y autoevaluarse de una manera imparcial, eficaz, objetiva y superior.
Es un hecho que el sujeto “no se ve a sí mismo”, y por lo consiguiente, está lleno de falsos conceptos sobre su propia importancia, valor y capacidad. A lo más que puede aspirar es a mejorar las condiciones materiales en las cuales vive, y a tratar, guiado por un impulso subconsciente, de alcanzar las estrellas, con la secreta esperanza de encontrar una raza galáctica superior que le enseñe a vivir como ser humano, capacitándolo para abandonar su condición animal.
Es así como tantas personas viven con la esperanza de la real existencia de los discos voladores, anhelando el encuentro con extraterrestres, que de algún modo les ayuden a superarse. Como ocurre con todas las cosas de su vida, el sapiens se aferra a esperanzas lejanas o ilusiones fabricadas para eludir las posibilidades reales que tiene a su alcance.
Es mucho más fácil soñar con platillos voladores o con dogmas religiosos de cualquier especie, que poner manos a la obra en la propia superación espiritual. El sapiens es fundamentalmente haragán, y como tal busca siempre el camino más fácil y de menor esfuerzo. Le fascina la creencia simple y la fe ignorante; se deslumbra por todo lo que puede significar tener algo sin esfuerzo ya sea por obra y gracia, del “espíritu santo”, o merced al azar.
De esta manera, elabora todo tipo de sueños absurdos, subjetivos, ilógicos, y arbitrarios; no importa el contexto con tal de aferrarse a ilusiones convenientes, tal como el náufrago se sujeta a una tabla de salvación. En busca de ese asidero el frustrado se convierte a una fe religiosa y consigue de esta manera liberarse de un yo indeseable, es decir, satisfacer su pasión de renunciación individual, desintegrándose o fundiéndose en el movimiento de masas al que ha ingresado.
A esto se refiere el gran filósofo y pensador Eric Hoffer cuando dice:
“La fe en una causa santa es con frecuencia un sustituto de la fe que hemos perdido en nosotros mismos”.
Con esta “estrategia” el sujeto se realiza plenamente como haragán, ya que ni siquiera necesita pensar; solamente aceptar sin juicio ni análisis el dogma religioso al cual se ha adherido (solamente los que se esfuerzan más allá del deber y la necesidad NO son haraganes). Generalmente las personas viven soñando con algún acontecimiento futuro que cambiará radicalmente sus vidas.
Puede ser la expectativa de un “golpe de suerte” que los convierta en millonarios, el encuentro con un gran amor, o el advenimiento de “fuerzas o causas superiores” que modelen su destino de una manera más feliz. Esta ilusión futura, demás está decirlo, estropea o anula todo intento presente y real de conseguir por medio del esfuerzo metódico y sostenido aquello que el sujeto anhela. El sapiens es en verdad un “haragán profesional”, principalmente en lo que se refiere a su actividad cerebral, y de acuerdo a esta conducta, se dopa asiduamente con “la droga del sueño”. Esta droga existe, químicamente hablando, pero sólo en el interior del organismo humano, donde provoca el sueño sonambúlico.
Resulta indudable que esta pereza se extiende al ámbito de la inteligencia, y que nadie quiere “complicarse la vida” pensando en cosas difíciles. Es más cómodo seguir aquellas ideas que mejor justifiquen el temperamento o manera de ser del individuo.
Es decir, por ejemplo, si una persona es irresponsable, se entregará fervientemente a cualquier movimiento religioso o político que lo libere de toda responsabilidad, por el mecanismo de la entrega incondicional a un poder divino superior; a una muchedumbre psicológica en la cual nadie es responsable de nada, porque es anónima. Un sujeto cobarde elegirá un movimiento que lo prive de la mayor cantidad posible de experiencias vitales que involucren un peligro para la tranquilidad del cuerpo o, de la inteligencia.
Bajo el impulso de la pereza intelectual, el sapiens procura llenar su cerebro rápidamente con la mayor cantidad posible de información, la cual trata de memorizar lo más exactamente posible. De este modo aspira a tener “soluciones” prefabricadas para todas aquellas situaciones que se le presenten en su vida, argumentos a los cuales recurrir en forma relámpago sin molestarse en analizar el problema o conflicto al cual se vea enfrentado. Con este fin, absorbe rápida y superficialmente todo lo que estudia o aprende, llevándose a cabo el proceso que hemos denominado “aprendizaje onírico” (aprendizaje en un bajísimo estado de vigilia: es nulo desde el punto de vista de la verdad esencial).
El sujeto, en esta condición, otorga gran importancia al prestigio de la fuente que emana la información que él recibe. Mientras mayor sea este prestigio, ya sea de un profesor, un escritor, o una institución, mas ciegamente aceptará el estudiante los conceptos vertidos, sin molestarse en analizarlos en profundidad. También, siguiendo la misma norma, imitará las pautas de conducta de personajes famosos a quienes admire, y hará suya la ideología de aquellos individuos.
Con el tiempo, llega la persona a una completa programación intelectual, momento que marca la “defunción” de aquél intelecto, que se convierte en “inteligencia mecánica” o “muerta”. No importa cuán brillante sea el individuo; tengamos la seguridad que si está en estas condiciones será solamente un “inválido mental”, que por su miopía cerebral estará incapacitado de vislumbrar la enorme magnitud de lo que ignora, limitándose a vivir en el “huevo” de su propio saber.
Dentro de su “huevo mental”, el sujeto estará cómodo y calentito, totalmente a salvo del peligro de argumentos o hechos que lo obliguen a pensar, y llegar, tal vez, a la revisión completa de su bagaje intelectivo. Este hombre formó ya sus mecanismos de adaptación y defensa, y se arraiga ciegamente en los conceptos que conoce y domina, los cuales constituyen su árbol cultural.
En todo momento de su existencia en que este sujeto se encuentre con fenómenos, teorías, o conocimientos no archivados en su depósito cultural, los rebatirá ardorosamente si contrarían lo que él conoce, o simplemente los descalificará si le son desconocidos. Si en alguna oportunidad toma conocimiento de hechos o argumentos novedosos o sorprendentes, se sentirá amenazado sicológicamente, en especial, si están en pugna con sus intereses y principios. Sabemos que la personalidad psicológica se integra en todos más amplios a partir de unidades separadas de comportamiento.
En la práctica, todas las experiencias del individuo debieran integrarse debidamente a la personalidad. Sin embargo, ocurre en la personalidad el mismo fenómeno que ya señalábamos en la inteligencia, es decir, que existe una diferencia muy significativa entre experiencia integrada y experiencia asimilada.
La gente aprende mucho menos de lo que se cree de sus experiencias, ya que éstas, muy frecuentemente se integran a la personalidad bajo la forma de “clisés” y vacíos símbolos estereotipados, que no aportan a la conciencia del individuo “una lección provechosa”. Más bien, se fijan como esquemas huecos de conducta, los cuales se siguen ciegamente, sin un verdadero discernimiento. La persona se refugia: en estas directrices programáticas y se esconde y protege tras de ellas, con el fin de mantenerse cómoda e inerte, en lo que a la verdadera inteligencia se refiere.
A este conjunto de circuitos de protección y mantenimiento, lo llamamos el “huevo”, para figurar el hecho de que allí el hombre mantiene intacto su infantilismo y falta de madurez, liberándose de experimentar choques traumáticos en su enfrentamiento con nuevas realidades y exigencias vitales. Es por esto que las personas, en forma automática, rechazan toda idea nueva que no esté contenida en sus esquemas cerebrales, por valiosa o noble que ésta sea, y a la inversa, aceptan “a priori” toda sugerencia, aparentemente acorde a sus pautas, por maligna que ésta sea a la luz de un examen más profundo. En verdad debemos concluir en que el arte del pensamiento ha sido olvidado por la humanidad (si es que alguna vez lo ha tenido de manera general), y ha sido suplantado por el “arte de la imitación y la memorización informativa”.
Es por esto que los hombres más sabios e ilustres, diestros en la solución de profundos problemas científicos, fracasan rotundamente al tratar de resolver dificultades de orden vital y práctico, como podría ser el arreglar conflictos personales de tipo emocional o entender y aconsejar sabiamente a sus hijos.
La organización de la sociedad en instituciones de dirección y ayuda hace que en el mundo civilizado “todo esté previsto”, es decir, el estado tiene una solución para todos; aun cuando nadie quede satisfecho con la ayuda estatal, por lo menos existe una solución, ya sea para problemas médicos, educacionales, jurídicos, etc. Todo está organizado de tal manera como para que resulte difícil que el individuo pueda enfrentarse a graves peligros, o tenga que salir, como el hombre prehistórico, a cazar su alimento. Hay soluciones “tipo” establecidas para todo. El sujeto sabe hoy día que puede pasar hambre, pero que es improbable que fallezca por inanición, lo cual era un fenómeno masivo en otras épocas.
Esta relativa seguridad abona precisamente la pereza intelectual, ya que el sujeto al no ser exigido ni presionado de una manera realmente amenazante, no necesita jamás emplear a fondo su cerebro y se conforma con una plácida mediocridad, libre de conflictos intelectuales. Son muy pocos los individuos que persiguen la “verdad total”, o sea, las claves esenciales de todo lo que ha existido, existe, y existirá. Los sabios se conforman con ser “semisabios”, alcanzando solamente el conocimiento de algunas de las disciplinas científicas, artes, o letras, quedando en la ignorancia total y absoluta de sus propias naturalezas humanas y de las leyes ocultas que rigen la vida en el Universo.
No llegan jamás a conocer el secreto de la vida, limitándose a describir fenómenos diversos, sin explicar nunca qué es una cosa, solamente dicen cómo es, lo cual no resulta difícil de discernir.
El hermetista procede a la inversa: parte por estudiar y llegar a conocer las claves vitales del Universo, con lo cual se apodera del hilo de oro que es el nexo común de todos los fenómenos vitales. Es como si tratáramos de conocer lo que es un durazno, y la ciencia comenzara a estudiar su piel y su carne, sin penetrar nunca hasta el hueso. El hermetista no se preocupa ni del pellejo ni de la carne, ya que plantando la semilla puede multiplicar sus frutos, y estudiar el resto en los libros escritos por los semisabios. El verdadero sabio, conociendo las verdades absolutas, tiene acceso, cuando así lo desea, a cualquiera de las verdades relativas.
Tal como los agnósticos, sostenemos que no puede producirse el conocimiento genuino, pero agregamos algo muy importante, que constituye el principio medular de la filosofía hermética, y es el hecho de que la imposibilidad de un genuino conocimiento se mantiene sólo por las particulares condiciones de la conciencia del sapiens, y que si esas condiciones son alteradas y modificadas mediante técnicas herméticas, el entendimiento aparece en el individuo, y lo capacita gradualmente para llegar, con el tiempo, a un verdadero conocimiento. Así se ha formado la cofradía de los brujos, poseedores de la sabiduría que está más allá del bien y del mal; del conocimiento que trasciende toda polaridad y parcialidad (por fuerza, esta ciencia debe ser absolutamente imparcial e impersonal).
El panorama conceptual del sapiens está constituido en gran parte por sus creencias, ya que cuando el hombre cree algo con suficiente seguridad, confiere a sus creencias la categoría de conocimientos, los cuales, la mayor parte de las veces son sólo el reflejo de prejuicios, esperanzas, gustos o disgustos.
Ingenuamente, muchos pensadores y hombres de ciencia cifran todas sus esperanzas para el mejoramiento de la raza humana, en un desarrollo mayor y masivo de la inteligencia del sapiens, creyendo así, que esto permitiría alcanzar una especie de paraíso en la tierra. Estas personas, desconocedoras de la ciencia hermética, no se dan cuenta que una inteligencia al servicio de la bestia no puede aportar nada que en su última acepción sea realmente beneficioso para el hombre. En efecto, entre dos bestias, una estúpida y otra inteligente, ¿cuál es más peligrosa? Por supuesto, la más inteligente.
La inteligencia sin conciencia conduce inevitablemente al caos al hombre, pero con la diferencia que lleva a un caos más completo, más sofisticado, aumentado y mejorado, en relación al trastorno provocado por cerebros mediocres.
Cada individuo se desenvuelve en la maraña de su propia ceguera, buscando ardorosamente reforzar su posición y descalificar la de otros. Con horrenda frecuencia encontramos personas que predican argumentos absolutamente necios, irracionales y espurios, pero que están completa y sinceramente convencidas que tienen la verdad y que los demás están equivocados. Aún más, sufren tremendamente ante la incomprensión de la gente. En el fondo, lo que estos seres pretenden es obtener licencia y reconocimiento para sus ideas, y alcanzar en la vida la notoriedad o importancia que la naturaleza les ha negado.
Muchos podrían argumentar que “los hermetistas se creen dueños de la verdad”. Desde ya y por anticipado, declaramos que nadie tiene el monopolio de la verdad, pero que somos los verdaderos poseedores del “arte hermético”, ya que éste nos pertenece por aristocracia espiritual, y no de sangre. La aristocracia espiritual empieza con el individuo y termina con él, y solamente se hereda de si mismo, es decir, del personaje que uno mismo ha sido en encarnaciones anteriores. Hay personas que no creen en la reencarnación.
A ellas les decimos que seguramente no reencarnarán, ya que no tienen nada dentro de ellas mismas que pueda sobrevivir a la muerte. Sólo el Karma dirá la última palabra, ya que aunque no reencarnen deberán pagar de algún modo sus deudas pendientes con la naturaleza.
Resulta muy simple, a la manera del haragán, descalificar el hermetismo sin tomarse el trabajo de estudiarlo y practicarlo, pero negarlo sin conocerlo en su verdadera dimensión, es simplemente criticar lo que se ignora. Resulta plenamente justificado reprochar a los que por simple fe aceptan una idea determinada, pero de la misma manera es lícito condenar a quienes rechazan sin análisis racional.
Para ilustrar este proceder, tan común en la gente, usamos la palabra “anti-fe”, y decimos que es perjudicial tener fe ciega, pero que tan malo como esto es tener una ciega “anti-fe”, o sea una creencia irracional en lo opuesto de aquello que estamos examinando, lo cual, por cierto, nos impide toda imparcialidad, que es la base de una reflexión profunda y verdadera.
Es así como muchos hombres son campeones de la fe o de la “anti-fe”, pero carecen absolutamente de la verdadera inteligencia (la conciencia). Sostenemos fehacientemente que sólo un cerebro en pleno estado de vigilia, puede, en forma gradual, sentar las bases para que nazca una inteligencia superior, consciente y despierta, no programada, lo cual puede, en razón de su agudeza, tener acceso al genuino conocimiento.
Afirmamos también que el conocimiento tiene muchos grados, y que para poder alcanzar lo superior se precisa de un proceso místico, pero no milagroso, sino de un misticismo lógico y natural. Con justicia podemos hablar de “la iluminación”, para referirnos a la plena clarificación de una inteligencia espiritualizada. Podemos decir con plena conciencia, que, el conocimiento genuino es algo “prohibido” para el sapiens, y que solamente se puede lograr cuando el individuo consigue la mutación de sapiens a hombre estelar, y adquiere así pleno derecho al saber.
El sapiens debe conformarse con el saber relativo del semisabio, el que alumbra el mundo de la materia y oscurece el panorama interno, haciendo inútil la sapiencia del científico, ya que es la materia la que debe estar al servicio del hombre y no éste al servicio de aquélla.
Sin embargo, la realidad actual nos muestra, como ya lo hemos señalado anteriormente, un mundo deshumanizado, con remedos de hombres, que sirven incondicionalmente a la materia, la cual absorbe inclemente sus energías vitales.
Existe una extraña simbiosis entre la materia y el sapiens, en el sentido de que ésta necesita tanto del sapiens como éste precisa de ella. En efecto, el sapiens tiene, a pesar de todo lo que ya hemos dicho, una notable diferencia con el animal puro: posee la chispa divina, lo cual lo coloca en un nivel más elevado que el animal. Por pequeña que sea la fuerza de la chispa divina en un individuo, esto provoca en él un trascendental fenómeno: posee la irradiación de la conciencia, aunque sea en escala microscópica.
La conciencia es la energía irradiante de la chispa divina o esencia, y es una fuerza sutil que se desprende constantemente del hombre, tal como la luz y el calor son proyectados por el sol. De esta manera, una persona cualquiera emana de sí misma una energía similar al magnetismo animal, pero de condición “divina”, o expresándole de otra manera, dotado de alta vibración. Sobre esta pequeña chispa divina trabaja el hermetista para hacerla crecer en fuerza y poder, lo cual consigue a través de las diferentes fases de la iniciación.
Es así como el profano es semejante al resplandor de una vela, en lo que a su conciencia se refiere. El iniciado, en cambio, según su grado de desarrollo puede llegar a ser similar a un sol, lo cual ilustra el secreto profundo de los "Hijos del Sol".
En virtud de su conciencia, el sujeto proyecta esta energía hacia todo aquello que toca con sus manos, o hacia todo lo que entra en su campo de influencia. Un artista concentra su conciencia en su obra, y esta fuerza es la qué nos provoca una vivencia especial y nos transmite una energía que impresiona nuestra psiquis de manera favorable o negativa.
Un artesano mueblista “deja su alma en su obra”, lo desee o no, ya que esto es inevitable. De esta manera el sapiens trabaja dándole conciencia a la materia, es decir, “espiritualizando” o “sutilizando” lo denso. (Reflexionemos en quien puede sacar provecho de este fenómeno; quien capitaliza este esfuerzo.)
No obstante, como el sapiens realiza esto de manera completamente inconsciente, no puede decirse que sea un acto de su voluntad soberana, sino más bien “algo que ocurre” porque así está dispuesto o programado. En razón de esta ignorancia, en vez de ser el dueño y el amo de la materia, ocurre lo contrario: la materia sojuzga al hombre extrayéndole su energía conciencia, la cual, impregnando los cuerpos elementales, queda incorporada a ellos.
La energía conciencia tiene algunas propiedades inherentes a ella misma y otras atingentes al resultado de su fusión con una persona determinada.
Trataremos de explicar esto en el cuadro siguiente:
1.
Energía conciencia: Es pura y virgen en sí misma. Compone el “cuerpo de Dios”. Una fracción infinitesimal de ella fue “emanada” por el Supremo Creador y tomó cuerpo en una persona determinada.
2.
Conciencia corporizada: Al encarnar en un sujeto designado, esta energía, pura y virgen en sí misma, se modifica de acuerdo al tono vibratorio básico, a la cultura, al autodominio y disciplina, y al comportamiento del individuo.
Al corporizarse la energía conciencia, como en el caso N° 2, puede seguir dos caminos:
A) Conciencia corporizada superiormente: (una ínfima porción de la raza humana). La energía Conciencia pura, espiritual y virgen, adquiere por la experiencia inteligente del sujeto, la noción del bien y del mal, y el conocimiento “hominal” que sólo lo brinda la existencia en cuerpo material. Esta esencia llega, por lo tanto, a alcanzar la inteligencia hominal, conservando la inteligencia divina. Se realiza en este caso el propósito superior de la existencia del hombre.
B) Conciencia corporizada inferiormente: (la gran masa humana). La energía Conciencia se mancha y degrada al ser corrompida en su naturaleza superior por la esclavitud a una bestia pervertida por la inteligencia desviada de un sapiens ciego e ignorante, que vive sólo para satisfacer sus propios instintos. Esta conciencia, manteniéndose elevada, en sí misma, se “inferioriza” en su manifestación, irradiándose como una energía “teñida” por las pasiones inferiores, impulsos, y tendencias del individuo.
En su existencia cotidiana, el sujeto satura sus posesiones materiales con su energía Conciencia, la cual al separarse de él actúa independientemente, con inteligencia propia, la cual ha sido tomada al individuo, es decir, ha salido de él inadvertidamente, dándole “tono y color” a la conciencia pura.
Como cada persona tiene impulsos, temores, deseos, ambiciones y sentimientos que se manifiestan como pasiones descontroladas, estas fuerza imprimen una directriz a la energía conciencia, trayectoria absolutamente incontrolable para el individuo a partir desde el momento en que esta fuerza lo abandona para incorporarse a una estructura material cualquiera. Éste es el motivo por el cual una persona puede llegar a ser totalmente esclavizada por sus posesiones materiales, las cuales lo utilizan para absorber de él, más y más conciencia.
Existen muchas obras de ciencia ficción donde se expone el tema de máquinas, ya sea robots u otras, que de improviso adquieren inteligencia propia y la consiguiente autonomía en sus acciones. En realidad, se ha procurado en dichos libros difundir ciertas ideas bajo una forma simple de relato novelesco, con el fin de hacer pensar a los lectores y prepararlos de manera muy gradual para concepciones más complejas.
A veces se disfraza una realidad de ficción, para no encontrar la oposición ciega de la masa, que niega tozudamente todas las cosas que no están comprendidas en el archivo cultural ortodoxo de la humanidad. La verdad es que este fenómeno existe y nadie está libre de él. La máquina se ha convertido en un monstruo que no “va” a devorar al hombre, porque ya lo está haciendo. El automóvil, por ejemplo, presta grandes servicios a su dueño, pero cabe preguntarse, quién domina a quién; cuál es el dueño y cuál el sirviente.
Es el automóvil quien transporta a su dueño, como un esclavo obediente, o es éste quien debe trabajar largas horas para alimentar y mantener su coche, y “conducirlo” para que pueda cumplir con la función propia de su existencia: desplazarse por los caminos a gran velocidad devorando la sangre de la tierra, el petróleo.
Desde otro punto de vista podemos observar a quienes tienen animales domésticos, como el perro, por ejemplo, trabajar para mantenerlos y cuidarlos, tal como quien cría a su propio hijo. Muchas veces al observar un sapiens que lleva a un perro atado a una cadena, podemos preguntarnos quién conduce a quién.
En relación a los animales domésticos, la energía Conciencia nos explica la misteriosa identificación que se produce entre perro y amo, en que por inexplicadas circunstancias adquieren un parecido asombroso, que a veces se limita a los modos de conducta y otras llega hasta un inquietante parecido físico.
La explicación es simple: el animal tal como el automóvil u otros objetos de uso personal, absorbe la energía Conciencia de su “amo”, la cual está, como ya lo hemos explicado, “teñida” o impregnada de las características individuales de la persona, las cuales, en este caso, terminan modelando el físico del animal.
En algunas ocasiones, la energía Conciencia desplazada por el sujeto toma cuerpo en una máquina perteneciente a él, reacciona de modo destructivo contra su dueño, debido a que las pasiones de éste son destructivas en forma indiscriminada, y por lo tanto, se vuelven contra él mismo. La historia del doctor Frankestein es un simbolismo de esto que estancos explicando. (La conciencia emanada es un virtual hijo del hombre en el cual se originó). Muchas veces hay personas que son destruidas por sus propias obras, y no por una reacción kármica de sus acciones, sino porque la fuerza de naturaleza pasional o destructiva que han generado procura, en su acción inconsciente, destruir a su propio padre.
Algo muy parecido ocurre con los hijos carnales, que ya en su más temprana edad manifiestan todo tipo de mañas, berrinches, caprichos, o ataques de llanto histérico cuando no se satisfacen sus deseos inmediatamente. No podemos culpar a estas criaturas, ya que sólo se limitan a dar salida a las taras que los padres han incorporado en ellos por la encarnación de su conciencia. Todos los defectos no dominados de los progenitores, todas las tendencias ocultas de tipo instintivo, toman cuerpo en los hijos.
Es por esta causa que la Biblia dice que: “los pecados de los padres los pagan los hijos”. Posteriormente, los padres se encuentran con que no pueden dominar ni dirigir a sus hijos, sino que al revés, en muchos casos, ellos son quienes ejercen una verdadera tiranía sobre los autores de sus días. Con esta situación no hace más que repetirse un estado de cosas anterior; la imposibilidad de dominar las energías internas, las cuales se desbocan en forma de pasiones. Lo mismo ocurre ahora con los hijos, y en este caso la energía se rebela desde otro cuerpo físico.
Prosiguiendo con nuestro comentario anterior sobre las máquinas, podemos señalar la influencia extraordinaria que tiene el operador sobre un ordenador de datos, el cual se vuelve muy “sensible” a los estados vitales y anímicos de quien lo maneja. Esto ocurre porque la máquina se impregna con la energía conciencia del operador, la cual actúa con autonomía, pero siguiendo las directrices básicas de los estados vibratorios del sujeto.
También puede señalarse un fenómeno que todos los choferes y dueños de camiones de transporte conocen, y que se basa en la identificación estrecha con el vehículo que es su fuente de trabajo y subsistencia. Me refiero a las reacciones extrañas que pueden tener estas máquinas en ciertas ocasiones, experimentando toda clase de trastornos mecánicos absolutamente ilógicos e increíbles. En algunos casos llega tan lejos esto que el dueño de la máquina termina arruinado. También se produce el caso de máquinas que han tenido un accidente o choque y que al cambiar de dueño o conductor, se repite el accidente con características casi idénticas.
Es de sobra conocido el caso de las joyas “malditas”, que traen mala suerte a sus poseedores, hasta el punto de sufrir en forma inexorable, una muerte violenta. Todo esto se explica por el “hijo invisible” (conciencia) que habita en los objetos materiales, ente que fue creado por alguno de los poseedores del objeto, o tal vez por quien lo fabricó. Igualmente debemos hablar del conocido caso de las armas de fuego, en que por el hecho de haber causado una muerte, se convierten en peligrosas, ya que quedan impregnadas con las vibraciones de la tragedia y del causante del hecho.
De aquí viene el dicho de que “las armas las carga el diablo”, ya que un revólver que tiene una vibración de muerte, despierta en su poseedor vibraciones similares por un proceso de inducción magnética. Así, éste, casi sin darse cuenta puede hacer uso de su arma a la más leve provocación o perturbación emocional.
Terminaremos, en relación a este tema, citando el caso de las plantas y flores, que como cualquiera puede comprobarlo, son extremadamente sensibles a la influencia de la conciencia del dueño, cuidador, o de quien esté frecuentemente en su cercanía. Cualquier persona que sienta amor por una planta o un árbol, y que le hable como quien se dirigiera a una persona, podrá comprobar un extraordinario aumento en la hermosura, salud y vitalidad del espécimen.
Como todo este tema lo hemos desarrollado para explicar la imposibilidad del conocimiento genuino en las condiciones ordinarias de conciencia, queremos señalar el poder enorme que tiene la materia sobre el sapiens, ya que éste no puede emancipar su inteligencia de la influencia hipnótica de la materia, la cual lo afecta en su doble aspecto:
1.
Por la proyección sobre el individuo de la energía masa.
2.
Por la proyección sobre el individuo de la energía conciencia absorbida con anterioridad.
La materia en sí, tiene una energía que le es propia, la cual irradia fuertemente, y afecta al hombre de una manera determinada. Éste, atado a unas posesiones materiales, se vuelve impotente para discernir toda otra cosa que no sea la conservación y multiplicación de las propiedades o bienes que posee. Por otra parte, la materia corporal influye de manera decisiva sobre la inteligencia, agudizándola u opacándola. Si la materia del cuerpo mantiene una vibración baja y densa, la inteligencia decae inexorablemente.
Éste es el motivo secreto de por qué Moisés, poseedor de ciertos secretos herméticos, prohibió a sus seguidores comer carne de cerdo, por ser este animal de una vibración material particularmente densa y lenta, produciendo por tanto un deterioro de la capacidad intelectiva. Ésta es la base también del sistema vegetariano, y, aunque hay mucho que decir sobre esto, toda persona que se haya abstenido de carne por algún tiempo, comprobará que su pensamiento se aclara notablemente.
La energía conciencia irradiada por la masa, afecta al sujeto de manera hipnótica, porque le impone la influencia de una vibración ajena que lo impulsa a actuar de acuerdo a su particular vibración. Un regalo que nos ha sido entregado por compromiso social por una persona de malas intenciones, puede influir negativamente en nuestra salud, inteligencia y destino.
Recapitulando, el sapiens vive permanentemente en un estado sonambúlico que lo mantiene dormido, lo cual lo imposibilita para lograr un conocimiento verdadero, y que deteriora gravísimamente su conciencia y su inteligencia. Cada día aumenta su saber a costa de su esencia humana, la cual se jibariza en relación directa al aumento de la extensión y potencia de la programación cerebral del sujeto.
Esta programación lo convierte en un verdadero “robot biológico”, con reacciones automáticas en lo fisiológico, instintivo, emocional, e intelectual.
Las ideas, las opiniones, o los sentimientos del individuo, pierden toda validez humana, para transformarse en meros circuitos activados por influencias externas, las cuales se convierten en los elementos desencadenantes de las reacciones internas de la persona, mero resonador del concierto cultural y de la marea afectiva e instintiva de la humanidad.